Todo viaje es
excitante, sobre todo cuando vamos a un lugar en el que no hemos estado nunca.
Podemos haber oído características del lugar, tópicos, monumentos o hechos
importantes que nos hagan tener una idea de cómo va a ser nuestra experiencia,
pero, al final, la opinión y vivencias que nos llevemos eclipsarán la mayoría
de nuestras expectativas, ya sea para bien o para mal.
Hace un par
de años me fui a vivir unas tres semanas a Dublín (Irlanda), puesto que siempre
he sentido una atracción por lo celta algo notoria. Como podéis intuir, llevaba
unas grandes expectativas, pero no escribo para contar mis vivencias allí, cosa
que suelo hacer en algún bar con algo de cerveza en mano. Cuando
suelo contar mis historias por aquellas tierras, siempre me vienen a la cabeza
la gente que conocí, mis compañeros de piso y las tardes con ellos dando vueltas
por la capital y demás. Al tener que volver, esa cama que me resultaba tan extraña al
principio empezó a parecer más parte de mi, sentía pena por despedirme de
la gente que hace 20 días no conocía de nada y, ante todo, sentía que algo me
había cambiado.
Ése fue mi
primer viaje en solitario, y espero que no sea el último. Si algo he aprendido de
los viajes que he hecho hasta ahora, es que te cambian, el tener que adaptarte
a otro lugar hace que cambies no solo en comportamiento, si no en mentalidad. A
veces cuesta desprenderse de lo que se deja atrás, es normal, pero toda
decisión conlleva un coste que debemos decidir si pagar o no y sólo al final sabremos si mereció la pena.
Hablando en
plata, considero viajar y vivir en otro lugar, aunque sea por un tiempo, muy
beneficioso, no se conoce mundo encerrado en una habitación, por muchos atlas y
fotos que se tengan.
Por último, y
para cerrar este tema, enviar ánimos y buena suerte a dos amigas que se van de
erasmus durante un tiempo que pasará más rápido de lo que ellas querrán, además
de echarlas de menos espero una buena manada de historias.